sábado, 31 de octubre de 2009

Cuento


Creo que fue en el 2004, no llevo bien la cuenta del tiempo porque ya no me interesa, pero creo que fue en noviembre del 2004. Give or take a few years or months. Mi estado mental en ese momento era lamentable, no estaba diagnosticado pero yo ya sabía que me pasaba. El enfermo es siempre el que sabe lo que tiene. Por supuesto me sentía muy mal y se reflejaba en mi estado emocional.

El 2003 habíamos vivido en Madrid todo ese año, llevados por las razones equivocadas, pero no nos arrepentimos: como siempre uno no se arrepiente de lo que hace sino de lo que deja de hacer. Así como uno no se arrepiente de lo que compra sino de lo que deja de comprar.

Estaba en Margarita que ya se asomaba como el sitio de recalar definitivamente. En esos tiempos viajábamos dos veces al año a España y hacíamos todo lo que se nos venía en gana. Como dije, uno no se arrepiente de lo que hace, aunque lo haga por las razones equivocadas.

En la última estadía en Madrid fuimos a una exposición itinerante en el museo de la baronesa Thyessen Bornemisza a ver una exposición de pintura expresionista. Esta experiencia hizo que explotara en mi cabeza una cantidad de asociaciones: con la situación política del país del cual intentábamos huir, con la enfermedad que yo intuía en mí, con la frustración general del momento. Con una gran depresión que amenazaba mi ánimo y a la cual tenía que combatir.

Esta visita al museo y esos pintores inspiraron este cuento que les voy a regalar hoy. Cuando lo escribí sentí gran alivio, había logrado expresarme, por fin había logrado expresarme; o por lo menos eso creía y sentía. Nunca he podido ponerle un título que me llene, así que si se les ocurre uno bienvenido.

 Son como 20 páginas, aspira ha ser un cuento corto. Ojalá lo disfruten.

Lo encontrarán aquí:

CUENTO

domingo, 25 de octubre de 2009

La sucursal del infierno




Acabo de regresar de Caracas donde estuve cuatro días. Vengo alarmado por el efecto negativo que produce en mí, mi ciudad natal. No existe ninguna razón especial, allá estoy rodeado de familia, prácticamente no salgo de mi casa, tengo quien me haga las diligencias y yo solo arreglo las cosas por teléfono. Cuando subo del aeropuerto procuro no ver demasiado por la ventana para no horrorizarme con lo que se ve; no veo televisión, en todo caso la misma que aquí tampoco veo, no hablo de política y lo único que contemplo son las alturas de la Silla de Caracas, que es uno de mis paisajes favoritos. ¿Entonces que es lo que pasa? La sola aproximación del avión en Maiquetía me produce algo que solo puedo comparar (si es que en verdad no lo es) con un brote de EM. ¿Psicológico? ¡Claro que si! Lo que me mata, señores, es el recuerdo de la ciudad en que nací y crecí y que ya no existe.


Una ciudad se supone que cambiará con el tiempo, la población crecerá, los medios de transporte evolucionan, las modas cambian, etc. Pero este no es un cambio, es una tragedia. Ha cambiado la infraestructura, de forma desastrosa, pero aquí ha cambiado la gente. Lo que se dice el caraqueño ya no existe más. Pululan por el más enervante caos urbano, unos seres, aparentemente humanos, completamente enajenados. Los pecados capitales reinan: ira, envidia, pereza, avaricia, lujuria, resentimiento, lo que usted quiera. Es una ciudad poseída totalmente por una potencia maligna. Yo lo siento con toda claridad en mi sistema y equilibrio neurológico.


No quiere decir que no se encuentren bolsones de humanidad, que si los hay, pero esto solo aumenta la desesperanza al ver lo aislados y menospreciados que están.



Podría extenderme y elaborar sobre este punto, pero no tengo ganas, el efecto caracas (así con minúscula) no se me ha pasado todavía.


Hacen falta tres o cuatro días para coger mínimo y enjuagar las lágrimas.


Así que gracias por leer una vez más, y como dicen en el llano: perdonen lo malo.






Vale