lunes, 30 de mayo de 2011

EL VIEJO Y EL MAR III (FICCIÓN, SERIE POR CAPÍTULOS)


La limpieza de Artemisa tuvo un resultado inesperado, el viejo se convirtió de pronto en invencible jugando ajedrez.
Él jugaba en un club de ajedrez por Internet, llevaba varios años jugando allí, todos los jugadores del mismo nivel más o menos se conocían. La mañana siguiente a la limpieza, un viejo, feliz, libre, liviano y despreocupado se sentó en el computador a jugar. Los destrozó a todos, hasta el punto que creyeron que no era el mismo viejo, sino que otro estaba jugando con su clave y seudónimo. Se molestó por eso y dejó de jugar.
¡Que contrariedad! Había planeado jugar toda la tarde, los contrarios en el juego serían su única compañía, a menos que otro loco del abismo se le presentara. Cerró la tapa del lap top y tomó la caminadora.
Muy trabajosamente se incorporó, los remedios de Artemisa llegaban justo a tiempo, pues la enfermedad seguía avanzando y ya le costaba mucho moverse, además todas las articulaciones del cuerpo le dolían, y estaba mucho muy cansado. ¡Profeta yo! Que locura.
Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, cubrió la distancia hasta la terraza, abrió la puerta corrediza y salió. En un gesto de desplante a la vida, no se sentó, permaneció de pie, apoyando la parte delantera de la caminadora en la baranda del balcón para sostenerse. La tarde estaba fresca y el mar, ya gris a esta hora, encrespado con la brisa. Aún de pie, el viejo se ensimismó en la contemplación del espectáculo.
Entonces:
-Alberto.-
Sonó inocente como una voz de niña.
El viejo, harto ya de tantas diosas y ángeles, dijo con voz cansina, sin mirar, sino que mantuvo la vista sobre el mar. -Quien eres?-
-¿No me reconoces?-
Era una niña como de catorce, o quizás menos, de largo pelo negro tejido en dos grandes trenzas a los lados y que caían al frente sobre el pecho. Iba vestida con una burda tela tejida de lana y teñida de color lila. Las trenzas terminaban en pequeños adornos cilíndricos de colores, un minúsculo bolso tejido y teñido de la misma forma colgaba de su cuello con largas cuerdas. La ropa era muy holgada, con mangas muy anchas y largas. La cabeza la llevaba cogida por un gorro de la misma tela, que ceñía la cabeza hasta las orejas, donde brotaba el cabello abundante, grueso y negro. Tenía dos inmensos ojos negros que presidían una sonrisa total, encantadora.
-No.- Dijo el viejo sorprendido.
-¿Te acuerdas cuando vinieron por primera vez a vivir aquí? Podías caminar mucho mejor. Hacías caminatas cogido de la baranda, ibas de un lado a otro. ¿Recuerdas? Como un monje cuando reza. ¿Recuerdas que tenías una fantasía de ser un monje de tu monasterio privado, del cual eras Abad y único hermano?-
-Si- El viejo palideció.
-Cumplías bien tu propia regla de tu propio monasterio, y además eras de clausura, todavía lo eres. ¡Como rezabas entonces! Fijándote muy bien en el sentido de cada palabra, recuerdo que te esforzabas en desenmarañar el enigma del Padrenuestro. Inventaste toda una cosmogonía donde cupiera rezar sin tener fe. ¡Que divertido! ¡Eras un monje sin religión! Y a mi me rezabas unas Avemarías preciosas, pero nunca te gustó la última parte, la que añadieron los obispos.-
El viejo temblaba como temblaba el mar, las lágrimas brotaron de sus ojos.
-¡Señora!-
-Eres un monje descreído pero muy piadoso, eres único, me complaces.-
-Señora no puedo arrodillarme-Lloró.
-Yo no te quiero de rodillas, ¡faltaba más!-Los grandes ojos negros y redondos se enseriaron de pronto. -Para de temblar, calla y pon atención-
-Es tan abrumador- Murmuró como pudo el viejo.
-¡Calla! No he venido a dictar cátedra, ni siquiera a advertir lo que ya he advertido hasta el agotamiento, no he venido a defender la fe, ninguna fe, no he venido a fijar dogma; como comprenderás esto me pone en una situación muy delicada.-
-¡Señora!- El viejo temblaba y lloraba hipando como un bebe. Pero prestaba completa atención a las palabras de la niña.
-No, mi pobre pequeño Profeta, he venido a decirte que siempre estaré junto a ti. ¡Hombre sin fe! Quizá tengas que decirle a una humanidad abrumada, en lo que deben creer. Inventar otra fe-.
El viejo calló, simplemente calló, le habían ordenado callar. El mar también calló, el viento dejó de soplar, el universo contuvo por un momento la respiración.
-Hijo, no te envidio tu nuevo trabajo-
La visión comenzó a disiparse, la señora se iba.
-¡No! ¡No te vayas! ¡Primero dime! ¡Dime! ¿Que es? ¿Donde está? ¿Como lo encuentro?-
La imagen siguió esfumándose lentamente. En su angustia por conservar la presencia de la señora niña, el viejo trató de avanzar y de alguna manera sujetarla, no recordó su incapacidad, solo logró tumbar la caminadora, con gran estrépito. Se fue de bruces cayendo, trató de sujetarse de una silla pero solo logró tumbarla también. En el pánico de la caída, trató de sujetarse a la mesa, pero el borde le rasgó las palmas de las manos. Cayó, por fin, como peso muerto contra el piso, la frente golpeó el suelo con un golpe seco, sangraba.
-Señora, por favor, gimió.-
Lo último que se oyó fue: -¡Coño!-
Del interior del apartamento, desde un baño, su esposa gritó: -Gordo, ¿que pasó? ¿Te caíste?¡Gordo! ¿Te hiciste daño? Ya voy.-
El viejo, gordo y Profeta, ya había recorrido todos sus sistemas corporales. Todo mal funcionaba como siempre, no creía tener nada roto, pero no podía responder, no tenía fuerzas para gritar. Para poder hacer el esfuerzo de gritar debería descansar unos minutos más en el suelo frío. El descanso, aunque sean segundos, y el frío, hacen milagros cuando se sufre de EM.
Su esposa tendría que venir a evaluar su condición, aunque él ya pensaba, que con suerte, podría levantarse solo en algunos minutos más de inmovilidad y frío.
Se oyó como ella abría la puerta corrediza que da a la terraza, una bienvenida corriente de aire frío proveniente del aire acondicionado interior, salió muy fría, especialmente a nivel del suelo.
- ¿Que pasó aquí? Te caíste. ¿Te hiciste daño? Mi amor estás sangrando. ¿Te duele algo? Gordo no te muevas espérate un ratico. ¿Con quien hablabas?¿Le estabas gritando a alguien en la calle?¿Estás bien?-
Hizo señas de que creía estar aceptablemente bien, hizo señas moviendo los dedos por todo el cuerpo que querían decir que lo recorrían unos nano-robots-biológicos que arreglarían cualquier destrozo de todas maneras. Esto, por supuesto, no fue entendido.
-¿Estabas hablando solo?-
-Parece que si.-
-Ay, yo hablo sola todo el tiempo.-
Ella se ocupó de inmediato en levantar la silla caída y la caminadora, revisándola por si se hubiera dañado en algo. Por experiencia sabía que él debía esperar un poco en el suelo.
-Mi vida, crees que puedas levantarte y llegar hasta el cuarto a descansar con el frío de aire acondicionado.-
-Vamos a intentarlo, aquí hace calor. Acercame una silla.-
Él se puso en cuatro patas y fue gateando lentamente hasta la silla. Se apoyó en el asiento y pudo incorporarse, luego logró sentarse, la situación estaba “controlada”.
-Dame la caminadora, esperemos un segundo y vamos.-
Este era el procedimiento rutinario en estos casos, el “protocolo”. Él tomó con firmeza los manubrios de la caminadora, aseguró los frenos, y después de esperar unos segundos viendo el mar, de un envión se puso de pie. Comenzó a empujar la caminadora, pasó la puerta, el frío interior era un alivio que invadió todo su cuerpo.
-Uf, que alivio.-
Ella se puso por detrás a empujarlo delicadamente por la espalda, como si eso fuera una ayuda, en realidad no era, al contrario, podía hacerlo perder el equilibrio y caer, esta vez sobre ella y fracturarle todos los huesos, que los tenía débiles.
-¡No me empujes! Cuidado que me caigo.-
-¡No estoy empujando, te estoy sosteniendo!-
-Entonces no me sostengas.-
-Bueno cáete pues, anda sigue caminando, pasito tutú.-
No se puede explicar fácilmente el esfuerzo necesario, concentración, calma, paso a paso, relajación, cero angustia, mente limpia, gracias Artemisa, eso si ayuda. Al llegar a la cama se debe ejecutar una maniobra con la caminadora, como estacionando un camión. Hacia delante, hacia atrás, girando hasta quedar de espaldas a la cama. Sentarse. Ella lo ayudó a terminar de acostarse. Cama fría, cuarto oscuro, ¿que más se puede esperar de la vida?
-No te vayas a morir, a mi no me vas a dejar sola, ni se te ocurra, yo no se pagar ni el teléfono.-
-Tengo que hablar contigo, porque me están pasando cosas muy raras. Veo gente rara, me hablan, creo que me estoy volviendo loco. Quieren hablar contigo.-No pudo más, estaba muy cansado.
-Ahora solo descansa, mira ahí tienes agua, duerme un poco, te voy a dejar solo, bebé.-
-Mamá.- (Haciendo como un bebé)
Ella apagó la luz y salió. Entonces:
-Profeta.-
-Coño,¡Arcángel, ¿que haces en el baño?-
-Escondido.-
Él respiró profundo, limpió su mente.
-Estás listo.-Dijo Gabriel Arcángel.-Ya puedo teleportarte toda mi consciencia de vida.-
-Después, por favor. Otro día. Primero dime una cosa que me intriga. ¿Tu tienes fe?-
-La fe es muy peligrosa.-Dijo el Arcángel que anunciaba el Apocalipsis.