domingo, 22 de noviembre de 2009
La Nueva Jerusalén
Esta semana han ocurrido algunas cosas de verdadero interés.
Elevándose por encima del ruido continuo de la política y de la economía, de las guerras ficticias o reales, de las atrocidades narradas por las noticias denominadas de sucesos y de todo el diluvio de acontecimientos que nos abruma a diario; de vez en cuando sucede algo que vale la pena reseñar.
Reseñemos esta semana que se ha encontrado con certeza agua en la luna.
No un poquito, sino mucha, con el volumen de mares. No está en estado líquido, está en el suelo lunar, pero al alcance de la tecnología. Permite vislumbrar agricultura, en invernaderos hidropónicos, o directamente en el suelo lunar. Se puede pensar en oxígeno generado allá. Además hay gravedad, menos que aquí, pero ayuda. Quizá, quien sabe, algún tipo de cría de animales de corral terrestres. Es cerca, en semanas vas y vienes. Es decir, estamos idos.
La propiedad de parcelas lunares es una excelente inversión a largo plazo, si supieras a quien comprárselas. Lo que trae la idea de la peleadera por pedazos de la luna. Lo único cierto es el paso gigante que se ha dado esta semana en el proceso de migración de la raza humana (de una élite de la raza humana) fuera del planeta. Como dice un documental de History Channel: “por si no logran detener el armagedon”.
Al final Niel Armstrong va a tener razón.
Otra noticia digna de reseñar es el regreso del LHC.
Primero fue enfriado hasta las temperaturas que, por razones superiores a la comprensión de nosotros los miembros del lumpen científico-tecnológico, se necesitan para operar el aparato. Luego se introdujeron dos haces (beams) de partículas, primero uno en el sentido de las agujas del reloj y luego otro en sentido contrario, muy lógico, pues han de chocar, eso si lo entendemos; por último se estabilizó la cosa, ya estamos a punto. Ahora a rezar, aunque me parece que rezar puede pasar de moda muy pronto.
Como pueden apreciar estas dos noticias pertenecen al ámbito de la élite científica, muy lejano al resto de los seis mil millones, más o menos, que poblamos el planeta. Todo sigue indicando que el abismo que separa a la élite del lumpen crece de manera exponencial.
Esta percepción aumenta cuando cotidianamente leo los twitts que twittean los especialistas de varios países desde la estación espacial internacional. Estos miembros de la élite cuentan de forma muy informal, pero precisa, su vida cotidiana en el espacio. Sus 140 caracteres están llenos de letras que indudablemente significan algo de extraordinaria precisión tecnológica, pero totalmente incomprensible para el común de los mortales. Parecen ángeles de un coro superior, y lo son.
Con esto quiero decir que me parece cada vez más claro la división de la humanidad en dos clases: la gigantesca del lumpen científico-tecnológico y la de la pequeñísima élite del intelecto científico-tecnológico. La segunda es la de los nuevos ángeles, lo que podríamos llamar la futura raza post-testamentaria. La nueva humanidad, allá afuera, en la Nueva Jerusalén.
La que sobrevivirá y reinará pronto, después del apocalipsis inminente.
Vale.
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