El Profeta sufrió aberrantes humillaciones. Los aeropuertos son hoy en día, en la segunda década del siglo XXI, totales infiernos. Toda la porquería espiritual que agobia la humanidad se concentra allí: el miedo, la desconfianza mutua, el racismo, el odio de clases, el prejuicio, la avaricia, el fantasma siempre presente de la política y la persecución, la envidia y la vanidad, el localismo patriotero y la pretensión cosmopolita de impostura.
El Profeta soportó estas humillaciones en paz consigo mismo. Las aceptó en el convencimiento íntimo en él, de que era Voluntad que así fueran. Esa voluntad impersonal que todo lo rige, o si se quiere, la voluntad propia del dios que no existe. El conocimiento y aceptación de la Voluntad trae consuelo y fuerzas para comprender lo incomprensible. Esa es quizá una indicación de que algo existe.
Esas humillaciones se las hacían a él a pesar, o quizá con motivo, de su muy alta dignidad y autoridad cósmica y espiritual. Era un caso claro de: "perdónalos señor que no saben lo que hacen". Solo que el señor era el que no existía y ellos si sabían muy bien lo que hacían.
Tuvo que humillarse a mostrar documentos y llenar planillas. Documentos que lo identificaban como de una nacionalidad determinada, de algún país, aunque fuera una nacionalidad impuesta e indeseada. Mostrar un salvoconducto, de ese país, que lo autorizaba a viajar. El universo tenía que dolerse. Las profecías se cumplen, el ambiente es apocalíptico.
Tuvo que quitarse los zapatos a pesar de su discapacidad, el cinturón del pantalón y dejarse manosear todo el cuerpo. Es Voluntad
La totalidad crujía.
Los humanos se tienen un miedo mortal entre si, esto los obliga a vivir en su aldea global paranoica.
Al final abordó el avión, junto a varios centenares de individuos de su misma especie. El miedo era denominador común aunque no lo mostraran. Se hicieron al aire a cruzar un océano por varias horas.
Tenían miedo pero no sabían a que.
Un individuo a varias filas de distancia estornudó y tosió.
La Navidad pasó, con todos sus atributos atribuidos, valga la redundancia. Una familia separada por un océano es un gran tema navideño. Y puede ser que haya sido.
El Profeta se preparaba para recibir un año nuevo, un año en verdad muy especial, ¿o no? Pero al acercarse la fecha infausta lo sorprendió una cierta dificultad para respirar. Su asma crónica se multiplico muchas veces.
Como eran las fiestas se excedió en la comida y la bebida. Vino un gran malestar en los huesos, dolor de cabeza, más dificultad para respirar. Mucha más dificultad. Demasiada. Fiebre.
A las 2 P.M. el día treinta del último año 2010, le trajeron un médico a la habitación del hotel. Precisamente a él que había sido tratado por diosas y ángeles.
El médico hizo lo que hacen los médicos, ya el oxígeno empezaba a escasear en sus arterias. Aplicó medicamentos más o menos de urgencia, según se les vea. Pero al momento de proceder a escribir las recetas, una idea lo asaltó y miró al Profeta a los ojos, y un destello o una oscuridad cruzó su mirada. Él también participaba del miedo colectivo en el avión.
-¿Hace cuanto llegaron?-
-Quince días, uno más uno menos.-
El Profeta percibió en él ansia de salir rápido de la habitación y de quitarse de su presencia. Como si hubiera visto el fantasma de una navidad futura. Un fantasma que con seguridad esperaba encontrarse algún día. ¿Sería este?
Recogió rápido sus cosas, tomó un una hoja más de papel de médico y garrapateó algo. Dijo: -Si en una hora no se siente mejor deberá hospitalizarse de urgencia, aquí hay un reporte para la ambulancia y otro para el hospital.
¿Una hora? Coño.
Luego se fue.
El Profeta, por su condición de profeta, sabía que este no era todavía el fantasma de la próxima navidad. Pero por eso precisamente reconoció la señal del advenimiento de ese fantasma.